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Pregón de las Fiestas de San Bartolomé

Extraído del Pregón de las Fiestas de San Bartolomé, 2007. Narrado por Salvador Leal

Domingo Corujo Tejera, 1945

Así las cosas, el real Decreto enviado a las autoridades canarias es notificado a todos los ayuntamientos de las islas, solicitando familias que quieran ir a poblar las Indias. El que primero contestó fue el de Teguise. El entonces alcalde, don Ignacio Hernández, se reúne con los regidores del Ayuntamiento y por común acuerdo envían a Tenerife a Juan Leal y Antonio Santos para entrevistarse con el Juez Casabuena.

El 7 de Mayo de vuelta a Lanzarote, se reúnen con los miembros de la corporación, entregándoles copia del Despacho Real y en unión de los compañeros: Juan Leal, Antonio Santos y Juan Curbelo deciden exponerlo al pueblo. El Real Decreto traía aparejado un título honorífico por el que los fundadores de San Antonio de Texas y su descendientes serían nombrados como “Hijos Dalgo de lugar conocido”.

Las grandes dotes de convicción de Juan Leal, hacen que sólo de Lanzarote se alisten siete familias.

Este hombre -es de suponer- debía tener alguna información privilegiada, o bien una intuición muy especial, porque unos meses después de salir para el Nuevo Mundo reventó el volcán de Timanfaya, -de lo cual posiblemente nunca se enteraron-, cuyas lavas estuvieron corriendo seis años.

También el caso de lo que -pudiera parecer- la venta apresurada de sus tierras para emprender la tan ingente campaña de cuyo documento literal podemos extractar: Nos, Juan Leal y Lucía Catalina Hernández marido y mujer vecinos de la aldea de San Bartolomé….que vendemos realmente y con efecto de ahora y, para siempre jamás al Alférez Ráphael García (de Haría) un sitio en la aldea de San Bartolomé donde están las casas de nuestra morada…corrales de pajeros, corrales de ganado, una mareta, un aljibe argamasado y un charco cercado…tres fanegas de tierra en la Caldereta del Jable en la montaña de Sonsacas…dos fanegas más delante de la Puerta de la Caldereta…más dos fanegas de tierra entre labrantía y montuosa dentro de la dicha Caldera.

El documento continúa con venta en diferentes tierras, una bodega y casas caídas y en pié incluso en Argana y en Tahiche.

Juan Leal de cincuenta y cuatro, fue el primero en apuntarse para emprender tamaña odisea junto con su esposa Lucía Catalina Hernández Rodríguez que ya iba delicada de salud que así y todo emprendió viaje, acompañada además por sus cuatro hijos y cuatro nietos.

Su hijo mayor Juan, casado con María Gracia de Acosta nacida en Arrecife en 1700. Los otros hijos de la familia Leal eran: José de 21 años, Vicente de 17, Bernardo de 12 y Catalina de 9.

Los nietos eran: Manuel de 11 años, Miguel de 9, Domingo de 6 y María de 5.

Las otras familias fueron: las de Juan Curbelo y Gracia Perdomo y sus cinco hijos; Antonio Santos e Isabel Rodríguez y sus cinco hijos; José Padrón y María Francisca Sanabria (de La Palma); Manuel Niz y Sebastiana de la Peña (de Gran Canaria) con una hija; Salvador Rodríguez y María Pérez (de Tenerife) con un hijo; Juan Cabrera y María Rodríguez con tres hijos; Juan Rodríguez y María Rodríguez con cinco hijos; Lucas Delgado y María Melián, con cuatro hijos; un soltero de Gran Canaria que era novio de la hija de la familia Niz, que prometió solemnemente pues se casaría antes de llegar al destino final, (porque debían ser necesariamente 10 familias, no solteros), como así lo cumplió en Quaticlán (México) antes de salir para El Saltillo.

Despuntando Marzo, salen las familias de Lanzarote para Tenerife en la balandra San Telmo, patroneada por Juan Rodríguez Maestre.

En Tenerife el Intendente Casabuena, decide que embarquen para la Habana y de allí Veracruz en la “Santísima Trinidad y Nuestra Señora del Rosario” de 183 Toneladas, capitaneada por Jacinto Mesa.

La familia de Juan Leal cargó en el barco: tres fanegas y medias de gofio en sacos, dos cajas de viaje y un colchón y así cada una de las familias iban embarcando prácticamente las mismas cosas, haciendo hincapié sobretodo en los sacos de gofio del que las familias embarcaban un promedio de media fanega por cada un de sus miembros.

Salieron de Tenerife el 27 de marzo, porque hubieron varios días de mar mala y también algunas naves enemigas merodeando por la zona.

La gente encontraba que aquel barco era muy pequeño para cruzar el Atlántico y desde que lo vieron le encontraron más defectos que los que tenía, hasta el punto de que poco a poco la desconfianza se les transformó en pánico, por lo que una vez más se impuso el carácter y el poder de convicción de Juan Leal.

Los cuatro primeros días, todos se marearon, sobretodo la Sra. Lucía esposa de Juan Leal que ya venía mal desde San Bartolomé y a la que la estancia bajo cubierta se le hacía casi irrespirable, costándole a veces hasta tragar el caldo que le daban, por lo que con mucha frescura subía a la cubierta, para tomar el aire y de paso hablar largas horas con el cura misionero Jaime Ruiz que desde Tenerife los iría a acompañar hasta la llegada del barco a Veracruz.

A media travesía del Atlántico, el calor se vuelve sofocante y es proclive a los cambios de humos en los navegantes. Al calor excesivo de esos días, se le unió una calma chica desesperante en la que no llegaba ni la más mínima ráfaga de viento a las velas, por lo que habiendo pasado así unos tres días, Juan Leal insultó al Capitán, por llevar el barco por una zona donde no había viento, porque según él le interesaba que se alargara el viaje. Al día siguiente se levantó viento, lo que contribuyó a serenar los ánimos.

Poco antes de llegar a Cuba, intentando cambiar la botavara, con muchos esfuerzos para hacerla ceder, se le rompió uno de los picos de la boca de cangrejo el del lado de estribor y esta dio un tremendo salto hacia proa. Había que arriar el pico y no era posible, sino que seguía meciéndose de un lado a otro, amenazando estropear todo con los cabos sujetos a la punta, que hasta podían romper las velas y que gracias al arrojo y la pericia del experimentando piloto Chirino se logró bajar el pico, con mucho trabajo.

Tres horas después se colocó la botavara y la vela mayor y en ese momento arreció la brisa. Todos aplaudían contentos. Ya se acercaban a Cuba.

En 10 de Mayo se ve tierra de la Habana. A las cinco de la tarde están en la boca del Morro. Una turbonada arroja un torrente de agua sobre los pasajeros. El barco corre peligro de perderse. El capitán Jacinto Mesa no puede orzar ni arribar. Al fin la pericia de Chirino salva una vez más la situación.

Han pasado en el mar 44 días.