Los Bultos de la Emigración

Visitas guiadas: Estefanía Camejo
Miércoles 29/11 | 17:00
Viernes  01/12 | 17:00
Sábado  02/12 | 10:30
Punto de encuentro: Plaza del Almacén

Uno de los aspectos más extraños y dramáticos de la relación que establecemos hoy en día con cualquier catástrofe -especialmente con aquellas que tienen una cierta continuidad en el tiempo-, es la pérdida de conexión emocional con lo que sucede. Por alguna razón psicológica, la empatía que nos anima a interrogarnos por la singularidad de alguien cuando tenemos noticia de una muerte individual, se sustituye por una relación abstracta e indiferente. Algo así es lo que sucede cuando se tiene noticia de los procesos migratorios. La atención que puede acaparar una historia puntual a través de una imagen y un nombre (Alan, por ejemplo), es momentánea, no dura más que lo que tarda en entrar la siguiente noticia. No es extraño, en este sentido, que una de las principales reivindicaciones ante este tipo de situaciones, sea aquella que quiere revertir la dimensión abstracta que se desliza en nociones como víctimas, desaparecidos, migrantes o refugiados, para hablar de quienes fallecen o sufren como personas que tienen una vida, una familia, una historia, una memoria, unas expectativas, unos derechos… un nombre.

Seguramente, debido a la propia lógica de la comunicación contemporánea, este tipo de transformación resulta imposible. Los sistemas de comunicación, como de hecho les corresponde hacer, aceleran y filtran la información con diferentes propósitos, aunque en ciertas ocasiones contribuyen también a distorsionar la concreción del drama, ya sea puliendo sus asperezas o utilizando la información para generar polarización y miedo. Exceptuando algún sobresalto, hemos aprendido a contemplar casi cualquier catástrofe o masacre mientras comemos, charlamos o completamos tareas cotidianas. Nunca se ven personas concretas, sólo abstracciones que hablan de sujetos que mueren y sufren en algún lugar lejano; se trata siempre de otros y otras, de ahí que cuando existen víctimas locales se eviten, con mucho cuidado, imágenes o referencias concretas a las personas afectadas.

El propósito de esta exposición titulada Los bultos de la emigración, planteada en el contexto de la Muestra de Cine de Lanzarote, es tratar de devolver a la emigración una cierta dimensión de personalidad.

A lo largo de varios meses hemos llevado a cabo un árduo proceso de investigación para localizar relatos de personas emigrantes de diferentes lugares del planeta y en diferentes momentos de la historia. Hemos localizado gran cantidad de narraciones o biografías en las cuales personas vinculadas al ámbito de la literatura, pero también sin conexión ninguna con este arte, hablan y reflexionan sobre su experiencia como personas emigrantes, exiliadas o refugiadas. En algunos casos de trata de personas que huían de la persecución política, en otros escapaban de dictaduras o de situaciones de auténtica miseria. Hemos encontrado personas que escapaban de sus países por su orientación sexual, por su raza o por sus preferencias religiosas. En casi todos los casos existe algo en común: la conciencia de haber dejado atrás un hogar y la certeza de sentir temor e incertidumbre por lo que les espera.

Los diferentes tipos de equipajes que utilizamos para la exposición son un símbolo bastante preciso de la emigración. ¿Quién no asocia la emigración a una maleta? En ella se debe meter todo lo que se puede llevar; un pequeño volumen para toda una vida por venir. Cada cual elige lo que necesita recordar, lo justo para el día a día, los papeles que ha de presentar en la frontera, unas fotografías. Por eso la maleta, la bolsa, el macuto, el saco o la valija, adquieren una dimensión radical. Cada uno de ellos es casi la medida de una persona; en el extremo, contiene lo necesario, todo lo demás es -quizá dolorosamente- contingente. De este modo, el bulto que acompaña a cada emigrante tiene algo así como un halo fantasmal que nos conduce silenciosamente a un tiempo, a una clase social, a una forma de vida y a una subjetividad.

Los elementos elegidos para esta exposición han sido comprados en distintos mercadillos y tiendas de todo el mundo por su cercanía a aquellos a los que se hace alusión en cada una de las historias elegidas. Colocados como objetos aislados por un cristal en medio de la ciudad, esperan dispersos, desconectados unos de otros, cada uno con su propia historia, a quienes tengan tiempo para pararse a observarlos; para quien pueda detenerse un instante y escuchar el momento clave de una vida. Cada maleta se acompaña de un relato de personas de diferentes países y épocas sobre su experiencia como emigrantes, exiliadas o refugiadas. Todas ellas conscientes de su momento como algo radical, tanto en lo que la emigración tiene de abandono como en lo que tiene de incertidumbre.