< Ver todo

Viaje al país de los bancos

Extraído de Viaje al país de los blancos, 2022. Narrado por Babou Cham

Ousman Umar, Ghana, 1988

Un día un extraño artefacto cruzó el cielo. Me quedé mirándolo, asombrado; nunca había visto nada semejante. Era como un pájaro que volaba muy alto, muy recto, y que dejaba dos colas de humo blanco a su paso. —¿ Qué es eso? —pregunté a los ancianos—. ¿Es magia? —Es un avión —me respondieron—. Lo construyen y lo pilotan los blancos. Tampoco me daban demasiadas explicaciones, porque los mayores no están para resolver las dudas de los niños: hay muchas otras cosas que hacer. Mi pueblo está en un lugar remoto dentro de Ghana, y Ghana está en un lugar remoto con respecto al País de los Blancos. Me contaron que los blancos, que vivían muy lejos, eran dioses. Veíamos los aviones surcar el cielo africano y nos decían que estaban tripulados por hombres blancos, que eran todos pilotos, ingenieros, médicos…Yo quería ser eso, yo quería ser blanco. Se decían muchas cosas de los blancos, historias extrañas, aterradoras o maravillosas. Algo de aquel mundo era el que llegaba por medio de las películas que una vez al mes se proyectaban en la plaza del pueblo. Los chavales pensábamos que era magia de los blancos y tratábamos de meternos dentro de ellas por detrás de la pantalla.

Ver aquellas películas de blancos generaba muchas veces en nosotros la falsa necesidad de muchas cosas que no podíamos adquirir, pero que tampoco nos hacían falta. Si no sabes que existen aquellas cosas no sientes el deseo de tenerlas. Pero, al mismo tiempo, tampoco se puede pretender ocultar a los africanos lo que hay en el mundo. No es justo y, además, es imposible. A pesar de que mi vida iba a transcurrir como la de tantos habitantes de mi pueblo, trabajando al sol y viviendo en una casa de tierra, tuve una premonición que no comprendí hasta mucho después. Los sueños son muy importantes en la tradición africana. Yo soñé que caminaba sobre una carretera que cruzaba la selva profunda y que, al final, se perdía en una montaña muy alta, muy alta, que había lejos, en el horizonte. En el sueño mi padre había muerto: era un sueño triste. Detrás de aquella montaña misteriosa, porque en la zona en la que me crié no hay montañas, lucía un poderoso sol. Sus intensos rayos rojos me iluminaban. Era como si algo me estuviera llamando.