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La España Despoblada: Crónica de emigración, abandono y esperanza

Extraído de La España despoblada, 2020. Narrado por Jordi Llovet

Manuel Campo Vidal, España, 1951

Trataba de disimular, pero lloraba aquella mañana del día de San José de 1960, mientras abandonaba Camporrells, en el Prepirineo oscense, para emigrar con toda mi familia a Cornellà de Llobregat, una ciudad industrial en las afueras de Barcelona. Iba con mi hermano Luis, que era un año y medio menor que yo, en un taxi que habían cogido unos jóvenes del pueblo para ir a ver un partido del Barça contra el Real Madrid en el Camp Nou.

Mi madre viajaría unas horas más tarde, con todos los muebles, en el camión de la harinera familiar, que estaba cerrando por culpa de la crisis. Y con mi madre iban mis dos hermanas, María Teresa y Anabel, que tenían tres años y ocho meses. Mis tíos, Araceli y Esteban, la ayudaron a desmantelar la casa y en la aventura del viaje. Mi padre ya llevaba un año en Barcelona, desde 1959.

Según supe tiempo después, en ese momento se iniciaba el Plan de Estabilización Económica, es decir, el año de la liberalización de la economía dictada desde el Gobierno y, a la vez, de la estampida popular en la España interior. En Barcelona mi padre se buscó la vida como comercial de la electrónica a pesar de que desde los 14 años había estado enclaustrado en aquella pequeña fábrica de harinas a la que llegaban los agricultores de varios pueblos transportando trigo en carros tirados por caballos y se marchaban con sacos de llenos de harina.

Aquel día de San José, domingo, casualmente el Día del Padre, era la fecha elegida para marcharnos, para nuestra emigración. Cumplí 9 años a los pocos días, ya en Barcelona, y mi padre, meses después, cumplió 36. Con cuatro hijos, sin patrimonio, sin profesión definida, se vio obligado a emigrar del pueblo por motivos económicos. Él y mi familia no éramos más que una pequeña gota de agua en aquella enorme riada humana.